sábado, 20 de septiembre de 2008

LA TEORÍA DE LA ACCIÓN COMUNICATIVA COMO RESPUESTA A LA CRISIS DEL CAPITALISMO TARDÍO.

Aproximaciones a los conceptos de símbolo y significado del medio Dinero de Marx a Habermas.

La historia de los grupos humanos se ha visto, dentro de lo científicamente conocido, orientada a reflejar la forma en que las contingencias de adaptación en determinadas asociaciones generan al interior posibilidades de adaptación con el medio, es decir, con la naturaleza externa. No obstante, se pasa por alto las posibilidades mismas que muestra cada grupo de desarrollar procesos de aprendizaje enmarcados en esquemas comunicativos más allá de lo puramente funcional; y con ello, la posibilidad de generar nuevos esquemas relacionales que conserven la correspondencia entre integración sistémica e integración social. Para el caso, la “Teoría de la acción comunicativa” desarrollada por Jûrgen Habermas, propone analizar procesos mediante los cuales las estructuras simbólicas generadas en un contexto de mundo-de-vida, desarrollan operaciones de control y “autogobierno” para relacionarse con dicho medio. Bajo este contexto, y en búsqueda de una respuesta tentativa a la posibilidad de un sistema de sociedad con identidad diferente al capitalista, analizaremos las formas originarias del desarrollo social basado en la relación mediada por símbolos y la forma en que, desde Mead, es replanteado por Habermas; posteriormente, la manera en que el progreso de la comunicación lingüística implementa medios de de control que respondan a las necesidades de una sociedad de masas, y con ello, la forma en que el dinero puede funcionar como ese medio[1], siempre y cuando se reestructuren las divergencias en su significado [simbólico]; finalmente, miraremos de qué manera las crisis del llamado “capitalismo tardío” responden precisamente a la formas anticonsensuales en que se instauran los medios de control ya mencionados.

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Para desarrollar su teoría de la acción comunicativa, Habermas parte de los planteamientos acerca de las primigenias formas de la comunicación que, desde los organismos vertebrados superiores, plantea G. H. Mead por cuanto éste se separa decididamente de los términos propuestos por la filosofía de la conciencia y “analiza los fenómenos de la conciencia desde el punto de vista de cómo se constituyen éstos en el seno de las estructuras de la interacción mediada por el lenguaje o mediada por símbolos”. En otras palabras Mead va más allá del hecho de concebir un organismo y su relación, a manera de reacción, con el entorno y presenta a tal organismo como actor de una relación en la que, con al menos otro organismo responden, a gestos recíprocos que prevén una conducta –inicialmente- orientada al éxito[2]. Para Mead este paso evolutivo conduce del lenguaje de gestos entre los organismos de la relación al establecimiento de señales particulares de la acción y, posteriormente, a lo que Habermas llama el “habla proposicionalmente diferenciada”. Veamos:

La relación parte de pues de una acción inmediata, es decir, sin mediación, en donde el organismo 1 se orienta con relación al éxito y no se interesa por calcular las consecuencias últimas de los medios utilizados en la relación con 2. No obstante, esta relación contempla ya un segundo momento –o de mediación- pues, de acuerdo con la actitud que tome 1 frente a 2 (de acuerdo al gesto que emita), puede este último asumir una postura de rechazo o aceptación (interpretación del gesto). Ahora bien, cuando la interpretación que se hace del gesto es adoptada de igual manera por diferentes individuos en situaciones similares, se construye (para este grupo) un conjunto de significados que anticipan la acción “del otro” más allá de la simple reacción (Habermas hablará de sentidos “cuasi-indicativos, cuasi-expresivos y cuasi-imperativos”). En estos términos se trata pues de señales; en ellas se encierra ya una expectativa de comportamiento por parte del emisor.

En el lenguaje de ademanes (expresiones de carácter cuasi-natural), el organismo emisor envía un gesto que es interpretado por el receptor, de manera que anticipe en éste una respuesta frente al primero: “al reaccionar el segundo organismo a los gestos del primero con un determinado comportamiento, y al reaccionar, a su vez, el primer organismo a los elementos iniciales de esa reacción comportamental del segundo, ambos expresan cómo interpretan, es decir, cómo entienden los gestos del otro… pero que solo valen para él”. Ahora, para que esta relación fijada en el gesto adquiera la mediación propiamente simbólica, Habermas anota que es preciso que el significado que en la interacción aplica solamente para los dos organismos, sea identificado e internalizado por la población que participe de la acción, y que, además, en la interacción se pase de la simple “relación causal estímulo-reacción-estímulo… [a] la relación interpersonal entre hablante y destinatario”. Preséntase pues un interés comunicativo que debe diferenciar entre “actos de entendimiento y acciones orientadas al éxito”. Todas estas interacciones, que apropian un significado (representado en el símbolo)[3] vigente en toda la población, surten un proceso evolutivo, moviéndose desde el plano instintivo cuasi-natural, pasando por la “Taking the attitude of the other”[4] propuesta por Mead como la base de la “intersubjetividad generada comunicativamente”, hasta arraigarse en la tradición cultural donde se rige por elementos de regulación lingüística con base en normas socialmente generadas. Estas reglas de uso de los símbolos toman forma cuando, en la interacción, se asume una actitud crítica por parte de ambos (alter-ego) que, dada la interpretación de las partes (exitosa o fallida), objetan pretensiones de validez como fin ultimo de la acción comunicativa. Esto para que un acto comunicativo entre cualesquiera organismos presente, no solo interpretaciones coincidentes, sino idénticos significativamente en cualquier contexto: “el primer organismo se relaciona ahora con el otro como un destinatario que interpreta de una determinada forma el gesto que se le hace; y esto significa que de aquí en adelante hará se ademan con una intención comunicativa” (TAC, p.24). De igual forma se anticipará su conducta por parte del segundo organismo completando así el ciclo comunicativo oyente-hablante (alter-ego).

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Miremos ahora la forma en que los símbolos internalizados y estatuidos por la totalidad de la población pueden 1) modificar a través de la historia su significado y con ello la forma en que sistema y mundo-de-la-vida se relacionan -fenómenos mediante los cuales se generan las crisis-, o 2) implementar procesos de desarrollo lingüístico que, para el caso de “sociedades de masas” (sistema capitalista), armonice la relación entre integración social y sistémica.

El análisis realizado por Marx sobre las formas de relación interpersonal en el sistema capitalista, nos revelan la capacidad que tiene el hombre de elaborar socialmente símbolos que funcionen como medios de intercambio de información sobre condiciones humanas tan vigentes como el trabajo y la posibilidad de satisfacer con él necesidades tanto materiales como espirituales. Sobre la base de este principio surge el dinero como símbolo al que se le atribuye la facultad de transportar información sobre la producción de los “bienes” requeridos para la satisfacción de dichas necesidades. Pero que, además de esta propiedad puramente funcional, tiene la capacidad de “sustituir al lenguaje en determinadas situaciones” de manera que pueda, también, guiar una acción orientada al entendimiento de mayores proporciones (entre individuos). El problema que encontramos es, precisamente, que aun teniendo en cuenta tales facultades del medio dinero, la distribución social de la riqueza que en él se representa ha cobrado unos matices de “inequidad” que, de acuerdo a la tesis que sostenemos, obedece a la tergiversación histórica del significado atribuido inicialmente al dinero (en tanto símbolo propio del sistema capitalista).

El problema de la apropiación privada de la riqueza producida socialmente permanece vigente en la teoría de Habermas[5]. Ello, precisamente, porque dicho “principio de organización” del sistema de producción capitalista, sustentado en el medio dinero, deja por su propia naturaleza [la del dinero][6] de ser ordenado de acuerdo a pretensiones discursivas de validez, es decir: cuando, en una sociedad capitalista de masas, se precisa de un medio de control que supere las barreras de la comunicación interpersonal, por cuanto ésta obedece a restricciones de tiempo y espacio, surge un medio que no requiere de legitimación consensuada dado que obedece a acciones orientadas al entendimiento, pero un entendimiento que depende de los fines propuestos por cada actor. “estas condiciones se siguen trivialmente de la exigencia de que en una interacción regida por medios, ego tiene que ser capaz de influir de una forma racional con arreglo a fines sobre las decisiones de alter, y de que el medio representa la única forma lícita de ejercer influencia y, a la vez, la medida del éxito de esa influencia” (TAC II, p.379).

La importancia del medio dinero como símbolo propio del sistema capitalista es, como ya hemos mencionado, la capacidad que tiene de “portar información”. El dinero se manifiesta, pues, como la representación de un valor que es generado socialmente y a través del cual se pueden realizar relaciones de intercambio Más allá de la comunicación interpersonal. Por otro lado, si el asunto (y este es, de hecho, el asunto ético sobre el que centra su atención Habermas) es la apropiación social de los bienes igualmente producidos, se precisa conocer los parámetros de que se sirve el sistema social para conocer el interés general; y ello, según Habermas, solo es posible sometiendo a crítica dialógica, pretensiones de validez y “razones potenciales” que vinculen intereses colectivos en la relación sistema mundo-de-la-vida[7].

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Para Habermas, el problema ético se vislumbra a lo largo de su teoría, por cuanto pretende rescatar el dialogo discursivo (la acción comunicativa) como columna vertebral de las relaciones sociales y la forma en que, desde éstas, se produce, reproduce y modifica de manera histórica y, sobre todo, consensuada los aspectos de la cultura, la sociedad, y la personalidad como integrantes de un mundo-de-la-vida legitimador de los “medios de control”. Con esto, la respuesta a la pregunta ¿es posible una sociedad con una identidad propia diferente al capitalismo?, debido a las formas “adaptativas” de tal sistema encontradas por Marx, resultaría un tanto precipitada si antes no se analizan las posibilidades de autogobierno generadas por el mismo.

De manera muy general, la principal crisis que Habermas encuentra en el sistema capitalista es la de legitimación. En ella [la legitimación], las pretensiones de validez objetadas por cada individuo en el ámbito discursivo, procuran (dentro del marco de la acción comunicativa) guiarse por acciones orientados al entendimiento; y con ello, que tales pretensiones se materialicen, a través de los medios de control, en acciones consensuadas de interés común que conserven (como ya hemos dicho), el vínculo entre sistema y mundo-de-la-vida: “las estructuras simbólicas del mundo de la vida sólo pueden reproducirse a través del medio básico que representa la acción orientada al entendimiento; los sistemas de acción, al depender de la reproducción cultural, de la integración social y de la socialización, permanecen ligados a las estructuras del mundo de la vida y de la acción comunicativa” (Ibíd., p. 373s.). Pero el entendimiento, como base de la acción comunicativa, presenta un carácter evolutivo: En cuanto se hace más reflexivo y racional(izado) se precisa de una capacidad mayor para entenderse y buscar fines colectivos cada vez más complejos[8].

Sin embargo, en este sentido, a un medio de control como el dinero, cuyo significado simbólico se internalizó originariamente a fin de sustituir “el lenguaje como portador de información”, se le atribuyó, con base en los intercambios dados por la sociedad de masas, un tipo de significancia “ambigua”: Por una parte, para el capitalista, que sustenta su acción orientado a fines en la posibilidad de extraer de sus mercancías (entre ellas la fuerza de trabajo) el mayor beneficio posible fijado en las normas del “derecho privado”, el símbolo dinero representa el incremento del capital a partir de la “inversión”; por otra, para el asalariado, quien solo dispone de su fuerza de trabajo y la posibilidad de venderla (además obviamente de cambiar los términos de la formula y pasar de ser medio de alter para convertirse en fin tomando a alter como su medio), el símbolo dinero representa exclusivamente la consecución de los “medios de vida”. Es pues, en esta doble significancia, que adquiere el medio dinero (como símbolo) en el sistema capitalista, donde reside el germen de las discrepancias entre integración social e integración sistémica que amenazan la identidad del sistema capitalista como factores de crisis[9].

El dinero es pues, un medio cuyo carácter de símbolo portador de información ha surgido de acuerdo a unas necesidades sociales históricas que pretenden integrar, bajo “estructuras normativas” las naturalezas externas e internas del sistema de sociedad. Empero, dentro del sistema capitalista de producción, la comunicación que se establece entre capitalista y asalariado –que está precisamente mediada por el dinero-, se ve frustrada debido a que el significado del símbolo dinero es diferente para cada una de las partes. Con esto vemos que el problema analizado reside en la doble significancia en el uso de un medio que, como el dinero, posibilita las relaciones de intercambio en sociedades de masas, y sobre el cual, utilizando su significado de manera que se entienda la posibilidad que presta en la comunicación más allá de la interpersonal, se pueden realizar acciones discursivas donde las pretensiones de validez expongan el verdadero interés común: “la clase que domina sobre la sociedad tiene que convencerse de que ha dejado de hacerlo. Las ideologías burguesas universalistas pueden cumplir esta tarea tanto más fácilmente si a) se fundan ‘científicamente’ en la crítica a la tradición; y b) poseen carácter de modelos, es decir, anticipan un estado de la sociedad cuya posibilidad no puede ser desmentida de antemano por una sociedad económica en crecimiento dinámico” (Probl. De Leg. P.53).



[1] como representación simbólica no solo de posibilidades para el intercambio sino, asimismo, como símbolo a través del cual se posibiliten relaciones orientadas al entendimiento.

[2] Es preciso distinguir en este punto los dos tipos de acciones que Habermas analiza dentro de una relación guiada por fines comunicativos a saber: la acción orientada al éxito, en donde el primer organismo pretende, a través de medios diferenciados, obtener un fin particular que no requiere algún tipo de “diálogo comprensivo” con el segundo; y, la acción orientada al entendimiento, en donde el fin propuesto por el organismo 1 puede, fácilmente, diferir del propuesto por el 2, sin embargo establecen “pretensiones discursivas de validez” que conllevan a un entendimiento que sopese los fines alternos, de manera que el camino para la consecución de dichos fines no se contrapongan ni se perjudiquen.

[3] No obstante, es preciso aclarar que las señales adquieren un carácter más desarrollado cuando se independizan de la gesticulación propiamente corpórea y son fabricadas como “señales logomórficas” a las que se les atribuye un significado externo a su naturaleza física (objetos, sonidos, “acciones significantes”, etc.). este es el paso de la “comunidad simbólicamente mediada” a la “comunidad de lenguaje”.

[4] al adoptar la actitud del otro, el primer organismo anticipa la reacción del segundo, por lo cual dicho emisor puede optar por tomar dos tipos de posturas que fácilmente pueden ser interpretadas por el receptor: la orientación al éxito (medio-fin) o la intención propiamente comunicativa (fin en si mismo).

[5] Los planteamientos desarrollados por Marx sobre la explotación del hombre por el hombre y la distribución privada de la riqueza generada socialmente, corresponden a los planteamientos de la llamada filosofía de la conciencia: Marx entiende pues la relación directa entre conciencia y existencia social y la forma en que ambas se determinan. Habermas, por su parte, acepta esta misma relación pero la desarrolla en los términos de la acción comunicativa, es decir, bajo la forma en que tal conciencia social ha sido, de hecho, producida por relaciones comunicativas entre los individuos. De manera que el proceso de comunicación mediada por símbolos que venimos analizando se arraiga, de manera histórica en esferas de cultura, sociedad y personalidad como componentes de un mundo de la vida generado de manera discursiva.

[6] “El medio dinero sustituye a la comunicación lingüística en determinadas situaciones y en determinados aspectos; esta sustitución reduce lo mismo las expensas en interpretación que el riesgo que el entendimiento fracase” (TAC II, p.374).

[7] “los sistemas de sociedad pueden mantenerse frente a la naturaleza exterior mediante acciones instrumentales (siguiendo reglas técnicas) y, frente a la naturaleza interior, mediante acciones comunicativas (siguiendo normas de validez)”. (Problemas de Legitimación… p.33).

[8] Una situación práctica actual es, por ejemplo, la racionalización de recursos no-renovables escasos o la consecución de suplementarios, y la forma en que estos fines, que no obstante son necesidades comunes, se tornan en posibilidades del incremento en el capital privado.

[9] “…A través del medio que es la formación lingüística del consenso discurren, lo mismo la tradición cultural y la socialización que la integración social, y, por tanto, la acción comunicativa permanece siempre inserta en los contextos del mundo de la vida. En cambio, el medio dinero funciona de modo que la interacción queda desligada de los contextos del mundo de la vida. Y esta desconexión es la que hace precisa una reconexión formal del medio con el mundo de la vida.

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