sábado, 20 de septiembre de 2008

EDUCACIÓN, IGLESIA Y ESTADO

APROXIMACIONES Y CRÍTICAS AL PENSAMIENTO POLÍTICO DE LAUREANO GÓMEZ.

Hemos de estudiar aquí un problema sociológico fundamental de Colombia durante la primera mitad del siglo XX a saber: la forma en que desde el Instituto Estatal, en vínculo estrecho con la iglesia Católica, se procuró cimentar las bases para la elaboración de un aspecto identitario propiamente nacional arraigado en la moral religiosa que desde mucho antes de la formación de la República había permanecido vigente en gran parte de la población.

Lo anterior debido a que el análisis histórico hecho sobre algunos campos de la política colombiana nos revela algunas continuidades que se precisan comprender para el estudio mismo de la actualidad nacional, esto es: el carácter de la formación moral familiar (que es, inexcusablemente el sustento ético de la sociedad) cada día va en detrimento de su extensión personalizada. Es por eso que, precisamente en las políticas educativas, es donde se está gestando, no solo al ciudadano político, sino al moral.

El Estado Y Los Factores De Poder

Ferdinad Lassalle habla de la Constitución Política de un País como la “Ley fundamental” sobre la cual deben sustentarse todas las leyes ordinarias que se elaboren en particular. Por tanto, esta “ley fundamental” ha de responder, necesariamente, a los diferentes aspectos vigentes en la realidad (social, política, económica…) del país. Para Lassalle, dichos aspectos son considerados como “factores de poder” que condicionan la forma en que se regulan las relaciones sociales. No obstante para que los factores de poder coexistan, entre sí y con la Nación en general, es preciso que exista un mínimum de legitimación por parte de, si no la totalidad de la población, si gran parte de ella, so pena de encontrarse, de manera constante, con numerosas insurgencias y desordenes sociales. Cada uno de los elementos implícitos en esta relación Estado-Nación hacen parte de la Constitución Política. Con lo anterior vemos de qué manera cada elemento (de los ya nombrados) debe presentarse en fuerte consistencia y consonancia con la constitución. “la constitución –dice Lassalle- es la suma de los factores reales de poder que rigen un País”. Ahora bien, si miramos un poco el desarrollo en la formación de las primeras comunidades hasta llegar a las grandes civilizaciones y Estados-Naciones modernas, resalta un elemento que presentamos como una continuidad histórica esencial -desde una mirada Hegeliana- a saber: una asociación de hombres (o grupo humano…) ha presentado en cada momento una constitución de carácter social que, aun antes de cimentado el llamado “Estado Racional” (Weber), en donde rige la norma estatuida, prevé un consenso convenido a partir de cuyo contenido se asumen pretensiones de validez empíricamente comprobables como aptas para la convivencia de éste. Es precisamente sobre este “derecho natural” que se erige, en principio, una constitución política.

Bajo estos términos podremos entrar a analizar algunos factores de poder (educación, iglesia y estado), y la forma en que, desde un ideario político, se articulan para fomentar en la nación un carácter de ciudadanía e identidad. Pero, especialmente, el papel que jugó la iglesia (y con ella la moral católica como factor “aglutinador” de la población en orientación a una identidad colectiva) en la formación del ciudadano de la primera mitad del siglo XX; además de su lucha política en defensa de éste propósito. Como es claro, una lucha política no puede (al menos tratándose de democracia) darse sin la materialización de los objetivos, ideologías, etc., en un partido político.

El Papel De Los Partidos Políticos

El papel de los partidos políticos, como es entendido en la “democracia moderna”, es pues el de brindar algún carácter de ecuanimidad y moderación, además de participación efectiva, por parte de las diferentes perspectivas lógicas de la población, a dichos factores de poder dentro de la política de una nación; y esta característica solo ha sido posible (en Colombia) a partir de la religiosidad como tradición e identidad. Desde la formación misma de la República de Colombia, e inclusive antes, la población colombiana se ha erigido sobre la base de la moral católica[1]. Y es sobre tal sustento que una de las ramas del “partido del orden” colombiano (el partido conservador) hubo de imponerse durante varias décadas (entre finales del siglo XIX y principios del XX) elaborando una legislación que partía explícitamente de preceptos religiosos. Así se creó la constitución de 1886.

El ideario conservador, del que tanto hablaba Laureano Gómez en sus discursos, presentaba pues un fundamento empírico que legitimaba al gobierno en dichos términos. A esta perspectiva aduce Darío Echandía: “Para el cristianismo… la finalidad del Estado, de la sociedad civil es la felicidad de los individuos”. Esta es la lógica bajo la que funciona el conservatismo colombiano de principios del siglo XX en la cabeza de su líder Laureano Gómez; toda ella demasiado explícita en las máximas católicas de las cartas encíclicas[2].

El afán del partido conservador por mantener dentro de sus prioridades el carácter de la propiedad privada como aspecto fehaciente del individualismo liberal del siglo XVIII[3] e inexpugnable por la legislación, se vio reflejado en plenitud dentro de la constitución de 1886, e incluso en la reforma de 1910. Ésta es una de las tesis que rebate la reforma constitucional de 1936[4].

Diferente a la perspectiva conservadora, el Partido Liberal gestó en Colombia los primeros pasos del “Estado interventor” como garante de las libertades individuales así como el compromiso social de la propiedad privada[5]. Empero, las ventajas o contravenciones de un cambio en la estructura política de un País solo cobra fuerza y vigencia en tanto la población apropia, sobre la base del entendimiento, la legitimidad de una ley fundamental: “hay que hacer capaces a los individuos –dice Darío Echandía- de gobernar realmente la sociedad y capaces de ser libres, uniéndolos en circunstancias materiales”.

Surge así el problema capital al que se enfrenta una reforma constitucional, cualquiera que sea el caso: es preciso que la ley se fundamente –ya habíamos dicho- sobre la base de la legitimación; ésta solo puede darse con relación a la forma en que la Nación entienda su realidad; finalmente, para que la realidad sea aprehendida de una forma completamente nueva por el individuo, es necesario que éste apropie su contenido y lo asuma “como si” fuera su propia voluntad[6]. Para lograr tal cometido, no obstante, “una cosa es decir que la soberanía reside en el pueblo o en la nación y otra cosa es decir que el Estado elimine los obstáculos que le impiden a todas las clases sociales tomar parte efectiva en el gobierno del País. Ejercer la soberanía”. (D. Echandía). Tal es el papel que juega la educación en la relación Democracia-sociedad civil.

Educación Y Moralidad

Una de las preguntas que es preciso realizar para analizar el papel de la educación en la formación de la identidad nacional es, precisamente ¿Qué se puede construir en términos de identidad dadas las condiciones inmanentes en la sociedad civil? Y en este orden ¿Qué era lo inmanente en la población colombiana durante la primera mitad del siglo XX?[7] Pues bien…

Desde mediados del siglo XIX, época en que se pretendió sentar las bases para un sistema educativo sólido en Colombia, el Estado mostró incapacidad para coordinar las labores pertinentes a tal cometido. No obstante el problema parecía resuelto de antemano. La única institución que contaba con el personal instruido, además de la voluntad para realizar el trabajo (La Iglesia Católica), bajo los parámetros del concordato, optó por asumir el papel de “institución educativa” que, entre otras cosas, ya realizaba, de alguna forma[8], desde la época de la colonia. Fueron pues, los monjes Jesuitas y los curas Salesianos quienes organizaron las primeras campañas de alfabetización, así como los primeros institutos técnicos[9]; hecho éste que marcaría el camino a seguir en el proceso de desarrollo de la moralidad en la población colombiana del siglo XX.

Ahora bien, si consideramos La Familia como “célula base” de la sociedad civil, y de una sociedad civil que era en lo fundamental rural[10], advertiremos que el hecho de dejar su educación en manos de la Iglesia acarrearía algunos problemas de orden político si pretendiese encaminar la política por el ámbito racional laico; que fue, de hecho, lo que sucedió con la reforma constitucional de 1936.

De ésta forma veía el problema el dirigente conservador mas representativo y lúcido de la época: “otro carácter moral [además del racional, lo tiene los cuerpos legislativos y, en general, el gobierno], porque no tiene validez ni existencia posible una norma legislativa que, desconociendo los principios eternos de la Ética, diga que es bueno lo intrínsecamente malo y laudable lo pecaminoso” (Gómez, L.). Esto lo expresaba en términos de rechazo hacia las reformas políticas que proponían el perfil laico en la formación técnica y profesional durante la década del 30’. La discusión de Gómez con la “laicisidad” en la educación era, expresamente, la forma en que ésta se encarga de formar “hombres hendidos, confusos, desequilibrados” que gestan en la población el “predominio de la mediocridad” por cuanto el individuo no se forma bajo la integridad moral que brinda la instrucción católica.

En este punto permite ver Laureano Gómez su principal preocupación, así como la justificación a su postura política.

Queda claro pues que la respuesta al problema de la identidad, tanto individual como nacional, está en el papel de la educación como ente forjador del “criterio moral del ciudadano”. Con ello, cualquier efecto que, desde las políticas nacionales, se elabore o se omita, influye, de manera considerable, en la orientación moral, ideológica, científica, etc. que se fundamente en la población.

Volvamos entonces sobre el desarrollo histórico en las reformas políticas estructurales de Colombia en la década de los 30’.

Si bien, las reformas que se realizaron al sistema educativo durante la década de los 30’, fomentó la instrucción racional y el avance en la enseñanza técnica, “en toda ello iba impresa la tendencia a alejar la moral cristiana de la educación, lo cual contribuyó a que esas campañas no tuvieran el éxito y la resonancia indispensables para su continuidad” (Bohórquez, 1956). Además la “instrucción de los instructores”, es decir, la formación docente que se realizaba en las “Escuelas Normales”, contaba de manera ínfima, con una orientación ética laica completamente escindida de la religiosidad católica; y, entre otras cosas, el mismo desarrollo de los programas pedagógicos, que para la escuela rural así como para la urbana se impartía (sin las especificidades y requerimientos propias de cada sector), lo cual generaba obstáculos éticos y metodológicos que propugnaban, de manera implícita (y quizás inocente), por la estandarización en la formación de un “ciudadano colombiano”, aun a sabiendas de las marcadas diferencias sociales, culturales, étnicas, etc., etc.

Lo anterior quedaba muy claro cuando, para los años 40’ se estatuyeron programas educativos, que poco diferían del enfoque requerido para la escuela rural y urbana; con los que el sistema educativo, que pretendía fomentar “una enseñanza laica y racional”, contribuyo por más de dos décadas, en el detrimento de la calidad formativa[11].

Ahora bien, si al problema educativo le agregamos las dificultades que, para la materialización de los proyectos formativos, imprimía el territorio disperso en la población y aislado por el relieve, no nos queda otra salida que reafirmar la tesis por la cual el desarrollo y consolidación de la cultura, la sociedad civil y el Estado, responden la desarrollo vigente del mercado interno. Y es claro que este ultimo no puede fortalecerse si no es bajo la base de la unificación del territorio y el desarrollo de políticas económicas proteccionistas que favorezcan y fomenten la producción para el consumo nacional: ello requiere que la población, sobre la cual se ha de erigir el susodicho mercado interno, interiorice un esquema mental (psicológico) completamente nuevo sujeto a una ética de laboriosidad propia de la orientación que se proponga para el desarrollo económico[12].

En este problema estructural confluyen las posturas teóricas de Laureano Gómez y Alejandro López[13], por cuanto la restringida comunicación en el territorio hace, incluso, menos costosa la importación de materias primas, como de productos acabados. A ello se suma la indiferencia en la población campesina por realizar producciones en cantidades considerables para el comercio[14], dado que el gasto requerido para dicho proceso excedería los costes de producción[15]. No obstante, concuerdan ambos autores que, y aquí volvemos sobre la principal discusión, si el problema se erige sobre la carencia o pobreza de unos esquemas mentales y éticos, que en la población generen una laboriosidad, tanto instrumental como moral, la única institución capacitada para lograr tal cometido es (y ha sido en el decurso histórico de Colombia) la Iglesia Católica[16].

Vemos que, con lo anterior, unos de los pasos importantes en el desarrollo de las Escuelas Normales durante la época del cuarenta, fue la implementación de una educación vocacional agrícola que brindaba el enfoque propiamente requerido por la población campesina sin descuidar, con ello, la formación académica. Cabe agregar, asimismo , la gestión de los cursos pilotos para campesinos en los cuales se brindaba una formación técnica en el vasto campo de la agricultura; de todas estas gestiones políticas en la reforma educativa solo eran materializadas, en gran porcentaje, las realizadas por la intervención de la iglesia: los cursos formales eran impartidos por párrocos o por institutos católicos, la información en avances técnicos y los cursos “a distancia” se difundían por cadenas radiales de orientación explícitamente religiosa como la “Radio Sutatenza”, etc.

Muchas de estas gestiones, que establecían vínculos directos entre Iglesia, Estado y Educación, y pese a las críticas del liberalismo, buscaban igualmente, bajo la conservación e implementación del criterio moral de la religión católica, forjar un Estado con Identidad de carácter nacional. Esta época, que bajo la influencia de Laureano Gómez (firme seguidor del “determinismo geográfico”, pero, a su vez, inamovible creyente de la pujanza de un pueblo guiado por la fe católica), pretendió forjarse una identidad basada en los que son sus propios fundamentos (la tradición cultural e histórica de un pueblo), fue ordenada de acuerdo a un ESTADO EDUCATIVO; uno que bajo sus luchas internas por el poder, en persona de las dos caras del “partido del orden”, pudo determinar la escisión tajante entre moralidad, política y educación que hoy fragmenta el país.

A manera de conclusión

La experiencia histórica ha demostrado que la prevalencia de un grupo social depende, en manera primordial, de la forma en que el mismo genere una identidad propia del grupo, de la cual depende su libertad como fin ultimo en el desarrollo de la conciencia. En este sentido el pensamiento político de un hombre como Laureano Gómez promulga durante la primera mitad del siglo XX, la religión católica como factor identitario del pueblo colombiano aun contra las posturas liberales racionalistas que siguen en vigencia.

Ahora bien, en la actualidad, la sociedad civil busca, dentro de sus diversos campos, encontrar elementos que forjen la identidad del ciudadano colombiano en tiempos de globalización y crisis; carácter que solo es posible lograr –en términos de Adela Cortina- educando en valores. La identidad ética y moral es el primer paso hacia la libertad.

Finalmente podríamos decir, frente a Laureano Gómez, que el problema no esta propiamente en la laicisidad radical en la educación, ni en su poder absoluto por parte de la Iglesia; por el contrario, su respuesta ha de buscarse en formas adecuadas mediante las cuales el Estado (como síntesis de la sociedad civil) fomente una moralidad que propugne por la libertad de sus individuos.[i]



[1] No sobra anotar la forma en que, durante la época de La República, la ideología utilitarista Benthamiana que quiso implantar Santander con su legislación, hubo de legitimarse únicamente a través de la moral religiosa católica que ha imperado desde siempre, formando un hibrido ético-político vigente aun en la contemporaneidad.

[2] Puede estudiarse en general la llamada doctrina social de la iglesia, pero nos remitimos básicamente a algunas cartas encíclicas como la Rerum Novarum, Divina redentori, syllabus… en las que se destaca de manera explícita la forma en que la Iglesia pretende incidir fuertemente en las condiciones, no solo sociales, sino, asimismo, en las políticas, es decir, en la manera sobre la cual se debe orientar el Estado en su relación con una sociedad civil básicamente católica que funcionara de manera excluyente frente a otras posiciones religiosas. (ver, además, la Constitución política de Colombia 1886).

[3] Aspecto curioso parece ser el hecho de que el “liberalismo clásico”, con todo el arraigo de las prácticas capitalistas, se hubiera convertido en aspecto conservador de la política colombiana.

[4] Para una ampliación de este punto véanse los discursos del maestro Darío Echandía sobre la reforma constitucionales de 1936.

[5] Cabe aclarar que uno de los puntos que justificó la reforma constitucional del ’36 sentó sus bases en políticas para hacer frente a la reciente depresión económica mundial a partir de la obra Keynesiana.

[6] En tales parámetros descansa la dominación legítima de Max Weber.

[7] Desde la teoría Marxiana se analizan dichas condiciones sociales en los términos de la relación Conciencia-Existencia social: una cosa es la forma en que, dentro del campo de las relaciones sociales, se desarrollan las diferentes esferas de la conciencia (política, económica, estética…) que se reproducen de manera histórica –tradicional- en el campo general de la Cultura; pero otra es, precisamente, que estas condiciones culturales (condiciones sociales, dirá Marx) de existencia, determinan la forma en que los individuos se comportan y relaciona con la sociedad.

[8] Se puede evidenciar en el pensamiento político de Laureano Gómez una visión muy sólida de los elementos que le brida estabilidad a cualquier comunidad política, el carácter ético así como la tradición.

En él es claro que los “valores supremos de la vida civil” (libertad y dignidad) pueden ser impregnados en la esfera social a través de un órgano aglutinador como la religiosidad católica que, como –a decir verdad- ya formaba parte en el arraigo de las convicciones nacionalistas de la población. Era pues un absurdo, para Laureano Gómez, que las ideas del liberalismo pretendieran, desde la legislación, extinguir el “ideario conservador” (católico) que se había gestado desde el nacimiento de la república.

[9] Véase, Manual de Historia de Colombia (tomo III).

[10] Para estudiar temas como el de la ruralidad del territorio colombiano durante las primeras décadas del siglo XX y, con ello, los bajos índices de industrialización y el analfabetismo de la población, véanse los análisis demográficos realizados por José Olinto Rueda Plata y el texto de Luis Ospina Vásquez, Industria y Protección.

[11] era evidente que desde la esfera educativa se requerían cambios estructurales que hiciesen frente al naciente desarrollo industrial o a las crisis económicas, que desde 1929 se hacían cada vez más vigentes.

[12] Podemos referirnos aquí al texto sobre la economía en los primeros decenios del siglo XX que elabora Jesús A. Bejarano. (Manual de Historia…)

[13] Alejandro López. Problemas Colombianos.

[14] Que, entre otras cosas, es influenciado por los elementos psicológicos y psicosociales ya nombrados.

[15] Tal elemento se estabilizaría, en proporciones mínimas, con la apertura de nuevas vías férreas hacia mediados de siglo.

[16] Para el caso, tanto Alejandro López como Laureano Gómez colocan el ejemplo del pueblo antioqueño, que bajo una ética de laboriosidad propiamente católica, a conseguido los mayores avances técnicos, la mas amplia expansión territorial y, en general, el mejor índice de progreso de Colombia en su época



[i] Bibliografía Básica

- Bohórquez Cazallas, Luis A. La Evolución Educativa en Colombia. 1956.

- Gómez, Laureano. Obras completas. 1984.

Interrogantes Sobre el Progreso en Colombia.

- López, Alejandro. Problemas Colombianos. 1927.

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