domingo, 14 de septiembre de 2008

EDUCACIÓN, DEMOCRACIA Y SOCIEDAD CIVIL II

Aproximaciones y posibilidades de la democracia participativa en una sociedad de masas. De Weber a Habermas.

“La calidad de la vida pública viene en general determinada por las oportunidades efectivas que abra el espacio público-político con sus medios de comunicación y sus instituciones” (Habermas).

“un Estado que degrada a los ciudadanos para que sean en sus manos instrumentos más dóciles, incluso en interés de ellos, observará que con hombres pequeños no puede realizarse nada grande; y que la perfección de las instituciones a las cuales todo se sacrificó, acabará siendo inútil por la fuerza vital que el Estado prefirió destruir para que la máquina funcionara sin tropiezos” (Stuart Mill)

Cuando se analiza cuidadosamente la teoría de la dominación de Max Weber, que, como queda claro, es el eje fundamental sobre el cual descansa su vasta obra, es posible advertir el desarrollo histórico-evolutivo vigente en cada tipo de dominación estudiado: la dominación tradicional, para las comunidades primitivas o de pequeñas familias y clanes; la dominación carismática, para coaliciones de pequeños pueblos que, como observamos en la “sociología de las religiones”, se ven unificados por el poder de un líder carismático (profeta, guerrero…) bajo la sumisión a una divinidad común (congregación); y, finalmente, el tipo de dominación legal-racional para sociedades masificadas y racionalmente constituidas a través de lo que el mismo autor conoce como “esferas de la negación del mundo”. De esta manera, Weber considera ineficaz –para las sociedades modernas- cualquier tipo de dominación que no esté regida por un grupo de individuos profesionalmente calificados y jerárquicamente organizados para la toma de decisiones políticas, de lo contrario –según su criterio-, caerían en consideraciones valorativas por parte de la población. Este es pues el problema que Weber encuentra en el sistema democrático de gobierno[1].

Para Weber queda claro que todo tipo de régimen gubernamental, desde las primeras formas asociativas que estudia hasta las desarrolladas sociedades que conoce en su época, deben estar, para garantizar su integración, organizadas bajo alguna forma de dominación. En este orden analiza, desde su perspectiva, las dificultades de un sistema democrático (en el sentido etimológico de la palabra) en sociedades masificadas: para el caso del gobierno democrático (punto sobre el cual descansa este trabajo), el poder está colocado en manos de un individuo calificado para el cargo pero que, no obstante, labora a manera de “servidor” de los dominados. Es claro, además, que para que esto sea de tal forma, los dominados han de presentar igualdad de condiciones (igualmente calificados) para ejercer el “poder de mando”, y éste sea siempre vigilado por aquellos.

La otra característica que identifica un sistema democrático es la materialización de intereses comunes en ideologías políticas burocráticamente organizadas: los Partidos Políticos. Para Weber, el papel de los partidos políticos, como medios en el sistema democrático, solo son agrupaciones que luchan por la obtención del poder. De allí que “las masas no activamente asociadas (de electores y votantes) solo son objetos de solicitación en épocas de elección o votación (‘simpatizantes’); y la opinión de los mismos solo interesa como medio de orientación para el trabajo de reclutamiento del cuadro dirigente en los casos de lucha por el poder” (Econ. Y Soc. p.229). entiende pues que, en tanto los interés de la ciudadanía se van delimitando en intereses de partido, el verdadero demos-cratos se convierte nuevamente en una relación de dominación política y lucha por el poder.

Con lo anterior, Weber considera la viabilidad del sistema democrático de gobierno como insuficiente para sociedades masificadas por cuanto, al tratarse “de un gobierno de masas, el concepto de la ‘democracia’ altera de tal forma su sentido sociológico, que sería absurdo buscar la misma realidad bajo aquél mismo nombre común” (Ibíd. P.704). diferente a esto, el autor considera apropiado, para lo que él insiste en llamar una sociedad de masas, la dirigencia por parte de un grupo reducido de funcionarios (élite) y “la posibilidad que tienen [estos] miembros de la minoría dominante de ponerse rápidamente de acuerdo y de crear y dirigir sistemáticamente una acción societaria racionalmente ordenada y encaminada a la conservación de su posición”[2] (Ibíd. P.704); ello, dado el caso que el pueblo (“la masa”) se muestre en posición amenazante y busque soluciones por mano propia, debido a la imposibilidad de mecanismos de opinión y participación cimentados bajo tal régimen.

Así explica Weber que sea imposible (con respecto a los partidos) el que un líder carismático, que obedezca a los requerimientos múltiples de las masas o a las decisiones tomadas con base en decisiones mayoritariamente aceptadas, ejerza el poder, dado que la opinión impuesta por generalidad no siempre responde a las necesidades colectivas. Además de la falta de criterio político de las masas no formadas (sin la mayoría de edad kantiana)[3]. Pues bien, queda claro que, para Weber, los mecanismos de elección y consulta son administrados por el poder de manera que, solamente “se acostumbra a los ciudadanos a seguir constantemente de cerca la manera como se administran sus asuntos” (Ibíd. P.1113), pero sin tener realmente en cuenta su voluntad[4].

* * *

Muchos han sido los estudios sobre los mecanismos de participación ciudadana que se han realizado; Sin embargo, el carácter elitista del sistema democrático sigue quedando enmarcado en los términos que, desde 1920, dejó sentado Max Weber. Para este punto voy a analizar la forma en que, desde el ámbito de la acción más allá de lo puramente funcional, observa Jürgen Habermas la posibilidad de una forma democrática propia de las sociedades de masas, que supera –en términos hegelianos- el análisis weberiano.

Habermas concuerda con Weber en que el carácter legal de la dominación sea dado por un Derecho fundamentado en la legitimidad que brinda el Pueblo. Empero, Habermas agrega al sistema de gobierno “autoritario” que Weber coloca en un plano superior al democrático, el elemento de las “pretensiones discursivas de validez”, es decir, de una acción social orientada al entendimiento; en donde, a través de objeciones comunicativas acerca de necesidades colectivas básicas (primordiales), y a través de un camino ascendente dentro de los círculos discursivos[5], los individuos de una comunidad política toman decisiones conjuntas que jerarquizan las necesidades sociales y la disponibilidad de los recursos para dicho cometido: “el ejercicio de la dominación política se rige y legitima por las leyes que los ciudadanos se dan a sí mismos en una formación discursivamente estructurada de la opinión y de la voluntad”[6].

Esta idea de democracia que elabora Habermas responde a muchos de los problemas planteados por Weber con respecto a una forma democrática clara de dominación en una sociedad de masas. Por cuanto se pretende que el Estado fomente la creación de espacios públicos para las discusiones políticas que, además, estén garantizadas por “derechos fundamentales” que validen y consideren la divergencia en opiniones y “posicionamientos frente a esas opiniones” exclusivamente dentro del ámbito del entendimiento discursivo. Es pues, como “las comunicaciones políticas de los ciudadanos se extienden, ciertamente, a todos los asuntos que sean de interés público, pero desembocan finalmente en las resoluciones de los cuerpos legislativos. La formación de la voluntad política se endereza a la producción de normas porque, por un lado, el sistema de los derechos que los ciudadanos se han reconocido recíprocamente, de entrada solo puede interpretarse y desarrollarse mediante leyes, y porque, por otro, el poder organizado del Estado que, como parte, ha de actuar en lugar del otro, solo puede ser programado y regido mediante leyes” (Ibíd. P.240).

De esta forma, Habermas complementa, con principios democráticos reales y posibles, la idea del “Estado Racional” elaborada por Weber en tanto 1) la organización burocrática de los poderes no solo está regida y vigilada por un órgano superior, sino también, por la intervención de la ciudadanía establecida democráticamente para su elección; y, 2) los dirigentes políticos elegidos por el pueblo restringen sus decisiones y las de aquél en la intervención de elementos emocionales, porque “el rango de la ley legitimada en el procedimiento democrático significa que cognitivamente la administración no tiene ninguna capacidad de intervenir en las premisas a las que ha de atenerse en sus decisiones” (Ibíd. P.241). con lo anterior, vemos que las decisiones tomadas colectivamente dentro del marco de las pretensiones discursivas de validez, legitiman un Derecho Positivo que, si bien no responde a “elementos emocionales” (Weber), está ordenado de acuerdo al contenido moral y ético de la población. Con ello no quedan exentos del carácter legal, principios culturales, étnicos, etc.: “la legalidad solo puede engendrar legitimidad en la medida en que el orden jurídico reaccione reflexivamente a la necesidad de fundamentación surgida con la positivación del Derecho, y con ello de suerte que se institucionalicen procedimientos jurídicos de fundamentación que sean permeables a discursos morales”[7].

* * *

El problema al que nos enfrentamos ahora es, pues, que los principios democráticos expuestos arriba suponen lo que Weber exponía en cuanto a las dificultades del sistema de democracia, a saber: que la totalidad de la población políticamente activa tuviese igualdad de condiciones para hacer parte de los cargos gubernamentales, lo cual supondría, a su vez, una mayoría de edad kantiana, es decir, la posibilidad de que toda la población votante tuviese la suficiente instrucción académica en el conocimiento del “quehacer político”. Y es para este punto que abordamos el papel de la Educación en la formación de una ciudadanía que, si bien no esté en su totalidad capacitada para ejercer cargos gubernamentales, si conozca las problemáticas sociales y exija de igual forma la efectividad de los mecanismos de participación como “trabas” legales que impidan la posibilidad de corrupción del “aparato burocrático”. Pero para este cometido es preciso que la “escuela” se desarraigue claramente de la formación puramente funcional y se oriente, además, hacia una formación en valores que ataque estructuralmente aquellos problemas de corruptibilidad política.

Y es que, precisamente, el sistema educativo de una nación depende, no solamente de las políticas implementadas por el Estado (que pueden ir orientadas en una u otra dirección), sino, mayoritariamente, de la realidad social en la cual se desenvuelva: “la escuela como institución normal de un País depende mucho más del aire público en que fluctúa integralmente que del aire pedagógico producido artificialmente dentro de sus muros”[8]. Esto explica que, dentro del proceso de socialización del individuo más allá de la esfera familiar –que, según Piaget, es el núcleo de la formación psicológica del individuo que se hará presente en su comportamiento social a futuro-, existen factores de “medio social” y de “época” que influyen en éste [el individuo] tanto o más que la misma formación escolar brindada por el sistema educativo[9]. A ello se suma la llamada “educación convencional” que ha sido implementada, a nivel histórico, por grupos ideológicos y/o políticos, que a través de diferentes mecanismos comunicativos[10] aseguran, producen y reproducen su influencia sobre la población políticamente activa (y en proceso de serlo).

Vemos pues el papel decisivo que juega la Educación en la formación de una ciudadanía que propugne por un sistema democráticamente responsable que de cuenta (y además resuelva) las verdaderas necesidades sociales de un “Estado Racional”; sin embargo, la escuela ha dejado de orientarse por lo que Weber daba por entendido dentro de la dominación legal-racional, a saber: la idea de que la formación académica estaba dada para crear ciudadanos “obedientes al Estado”, y “es porque ella [la escuela] dejó de organizarse de acuerdo con los cuadros sociales existentes y sus necesidades realmente sentidas, para ser manejada como ‘instrumento’ por los poderes políticos para imponer su voluntad a la sociedad y la nación” (Ibíd. P.244).

* * *

De acuerdo a lo ya expuesto, la capacidad discursiva que para objetar “pretensiones de validez” (generar consenso) y, con ello, decisiones políticas que defiendan los intereses de grupo en una Nación sin la suficiente mayoría de edad como Colombia, se ve reflejada en los altos niveles de corruptibilidad política, los altos índices de abstención electoral, entre otros factores; y es, precisamente el papel de la Sociología, no solo encasillarse en “discusiones teóricas de salón”, sino, con el mismo rigor, generar y hacer extensivo a la sociedad civil en general, aquellos espacios públicos de discusión que propone Habermas, en donde la ciudadanía empiece a hacer valer el “Estado social y democrático de Derecho” que reza nuestra constitución y que, después de 16 años, no entra completamente en vigencia.



[1] Consideración muy distinta al análisis realizado por Martin Barker en el que asume que el “cuarto tipo de dominación” que, supuestamente, olvidó Weber, era –según aquél- la democrática. Tal consideración parece olvidar el desarrollo histórico realizado por Weber sobre los tipos de dominación y los análisis acerca de la democracia que mas adelante miraremos.

[2] Nótese la similitud de esta concepción política con el gobierno autoritario de la Alemania “Bismarkiana” que vivió y compartió el autor. Además, dice Weber, “…porque el peligro de la democracia de masas para el Estado reside en primer término en la posibilidad del fuerte predominio en la política de los elementos emocionales” (p. 1116). [el subrayado es mío].

[3] Para esto, véase mi trabajo Educación, Democracia y Sociedad Civil.

[4] No es difícil notar la similitud con muchas de las instituciones públicas colombianas.

[5] Dichos círculos discursivos de orden jerárquico, pueden consistir en espacios públicos de debates intelectuales sobre necesidades primarias.

[6] Habermas, Jürgen. Facticidad y Validez. Trotta. Madrid, 1998.

[7] Habermas, Jürgen. Escritos Sobre Moralidad y Eticidad.

[8] Acevedo, Fernando de. Sociología De La Educación. Fondo de Cultura Económica. México, 1987.

[9] Que, entre otras cosas (y como ya se dijo) no siempre responde a las necesidades sociales de formación intelectual, científico, moral, etc.

[10] Empezando por el hogar, pasando por las instituciones de educación superior (sobran los ejemplos), hasta infiltrarse en la cotidianidad del individuo, como en los Mas Media, las creencias religiosas y los estratos sociales.

No hay comentarios: