domingo, 12 de junio de 2011

EPISTEMOLOGÍA, TEORÍA Y PRÁXIS.

EN DEFENSA DE LA INTEGRACIÓN DE LAS CIENCIAS SOCIALES.

“¿Acaso puede el sentido interno de una obra filosófica manifestarse de algún modo mejor que en sus fines y resultados, y cómo podrían éstos conocerse de un modo más preciso que en aquello que los diferencia de lo que una época produce en esa misma esfera?”

G.W.F. Hegel

Una de las certezas que más se ha hecho evidente a través de la historia ha sido el de la llamada “aversión al cambio”, es decir, de la tensión que se establece como vínculo único entre el declive de un desarrollo socio-histórico y el advenimiento de uno nuevo: el devenir de la ciencia como mecanismo “develador del mundo”.

Muy a pesar del conocimiento cada vez más amplio, por parte del hombre, de esta dinámica vertiginosa que sus propias (inter)acciones genera, su tendencia –quizás biológica-instintiva- a generar un estatismo en sus concepciones del mundo, ha primado sobre la marcada necesidad de adaptarse a dicha dinámica en busca de las respuestas a la misma incertidumbre (“desesperación”) que este proceso genera. Cualquier “novedad” atenta contra el hermetismo de la ciencia establecida, y es violentado por ésta tanto más fuerte cuanto más pesan sus argumentos. A Kant se le censuraba por indagar sobre la necesidad de una religión fundada en la Ética dentro de una Nación cristiana por excelencia; a Hegel se le tildaba de reaccionario por considerar la Monarquía Constitucional como la forma más desarrollada del Espíritu, contradiciendo –supuestamente- su propio sistema; Einstein fue galardonado con el Nobel de Física por sus descripciones acerca del “efecto fotoeléctrico”, derivación apenas mínima de su “teoría especial y general de la relatividad” (Teoría bastante controvertida por el medio académico de su momento). Esto para no mostrar casos como los de Galileo o Copérnico e incluso Sócrates.

Se hace evidente pues que, si bien la ciencia es por sí misma el desarrollo en un proceso de develación o desmitificación del mundo y la imagen que el hombre se hace de él, funciona, de acuerdo a su momento, como un sistema totalitario y totalizador que niega la naturaleza propia de su Ser dinámico.

Los desarrollos ulteriores del mundo moderno tal como hoy lo conocemos se han dado, precisamente, sobre la base de unos supuestos epistemológicos que vienen desde Descartes (Discurso Del Método), pasando por Locke (Ensayo Sobre El Entendimiento Humano), hasta llegar a su forma más elaborada en el denominado “idealismo Alemán” de Kant y Hegel (quienes, por primera vez, reconcilian la relación histórica y necesaria entre sujeto y objeto). Todo este proceso de “maduración” y reconocimiento de la identidad entre el Hombre y la Naturaleza ha pasado, asimismo, por numerosas etapas de cuestionamiento acerca de sus posibilidades de realización en un momento incipiente de desarrollo[1]: Einstein, a pesar de las críticas y elogios recibidos, tuvo que esperar casi medio siglo para que Hawking y Penrose descubrieran que su propuesta sobre la curvatura del espacio-tiempo se hacía evidente empíricamente en la formación de los “agujeros negros”. Esto, porque Einstein no contaba con las herramientas matemáticas y, sobre todo, tecnológicas pera realizar la comprobación experimental de sus ideas. Casi treinta años después de Hegel, Marx fuel el primero en exponer con fundamentos políticos y “práctico-revolucionarios”, la complejidad del sistema filosófico hegeliano.

Así, la epistemología, en tanto “Teoría del Conocimiento”, ha sido, a través de la historia, no solo un “mecanismo” para clarificar la relación identitaria entre sujeto y objeto sino que, por su mismo carácter (que se hace muchas veces incomprensible) ha generado reacciones controversiales que desacreditan sus posibilidades prácticas en el asenso tortuoso de la “conciencia ordinaria” hacia el “espíritu absoluto” (Hegel), que no es otras cosa que la búsqueda incesante del Hombre por la Libertad. Pero es muy claro –tal vez solo para algunos- que a la Epistemología no se le puede exigir, de manera explícita, “herramientas” prácticas, v. gr. “para construir una carretera” o “desarrollar un plan de ordenamiento territorial”; para el matemático, un 1 puede representar la trayectoria de un cuerpo en el espacio porque ha internalizado suficientemente la teoría que le brinda dicha posibilidad; para el estudiante solo representara una mala calificación en el parcial.

Tal ha sido la discusión que se ha dado constantemente y con décadas de antelación entre algunas disciplinas de las ciencias humanas, pero especialmente la filosofía, la sociología y el trabajo social; solo por nombrar algunos del ambiente académico local.

La filosofía se coloca dentro del plano fundamentalmente epistemológico (sus preguntas guías son ¿se puede conocer? ¿Cómo se conoce?); sin embargo dentro de un momento de revoluciones científico-técnicas, así como desarrollo social-políticos Marx escribió: “los filósofos se han encargado de interpretar de diversas maneras el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”, y se abrieron las posibilidades para el establecimiento y consolidación de una nueva disciplina científica que ya August Comte empezaba a desarrollar, y que, en palabras de un compañero nuestro, aparece como “la realización de la filosofía” a saber: la sociología.

La Sociología lleva al plano de los social, político y cultural, las posibilidades del conocer y las formas de realizarlo. Pero el conocimiento de las formas en que el hombre modifica históricamente, a través de sus relaciones con la naturaleza, las propias relaciones sociales, carecería de contenido si no se pudiese articular con las formas misma del desarrollo social y político (el concepto solo se realiza en su corroboración del objeto). El pensamiento político surge del conocimiento teórico de la realidad social; en otras palabras, la epistemología debe realizarse en varios momentos antes de podérsele exigir respuestas de carácter político (a pesar de que ésta misma surge como respuesta al espíritu de su tiempo). Con todo, la realización del pensamiento político solo es posible en su vínculo directo con la Sociedad Civil propiamente dicha, pero no solo en términos “ideológicos” sino, además, materiales. Este canal entre el conocer y el hacer a través del comprender se realiza en el contenido del concepto “trabajo social”[2]. Cada una de estas disciplinas supone el desarrollo de la otra. Tal vez obedezca al espíritu del tiempo la necesidad de implementar las tres dentro de nuestra alma mater. Sin embargo, insistimos todo el tiempo en colocar una por encima de las demás, o en exigirle a la propia las herramientas de “ésta” o “aquella” sin tener completa claridad en nuestro objeto de estudio y sin desarrollar dichas bases.

Cada teoría del conocimiento implica una nueva lectura de la realidad social que orienta la transformación de la misma. Pero este es solo el “camino de ida”; cada transformación (o revolución, si se ha de colocar en esos términos) requiere de una nueva lectura de la realidad con bases epistemológicas diferentes. Esta es la dialéctica de nuestras disciplinas en la que el llamado a la interdisciplinariedad y, más aun, a la transdisciplinariedad, no es un asunto de formalismos académicos sino un momento necesario en el desarrollo del Espíritu.



[1] Véase, por ejemplo: Hazard, Paul. Crisis De La Conciencia Europea.

[2] Es claro que el papel del Trabajador Social se enfoca en llevar a cabo proyectos de intervención social elaborados fundamentalmente por instituciones vinculadas con órganos políticos.