domingo, 14 de septiembre de 2008

ESTAMENTOS, CLASES Y RELIGION

Acerca del capitulo del mismo nombre publicado en "Economía y Sociedad" (Weber M.)

En el apartado número siete de la sociología de la religión (Economía y Sociedad), Weber pretende realizar una distinción-comparación de la forma en que se relacionan los diferentes estamentos y clases en una sociedad con el carácter religioso que ésta adopta para sí o, en su defecto, del entramado de religiones adheridas a determinada capa social. Así, el planteamiento del capitulo se desarrolla partiendo de las sociedades en donde el arraigo de algún tipo de religiosidad ética es mínima –como el caso de los sectores campesinos- hasta llegar finalmente al sector en donde se ha hecho “imposible”, por factores que ya analizaremos, el apropiamiento de una religiosidad específica de clase –como es el caso del sector capitalista e intelectual-.

Ya hemos visto que uno de los principales factores que influyo de manera bastante fuerte en el desarrollo tardío de una religiosidad ética en las capas campesinas dependió de su estrecha relación con fenómenos naturales de los cuales dependía su subsistencia económica. De tal forma, en principio, solo fue posible advertir un mínimo de culto mágico fuertemente distanciado de la racionalidad presente en las religiones éticas[1]. Será por tal motivo que la profesión (de profesar) religiosa prevalerte engendrará un cierto recelo y discriminación frente al campesino que solamente podrá ser superada “por la creencia en su valor específico” dada, en principio, por Lutero.

Los factores ya expuestos, además de los fuertes arraigos tabuistas de las comunidades vecinales campesinas hubiesen dificultado sobremanera –como lo expresa Weber- el surgimiento (allí) de una “religiosidad congregacional organizada como la del cristianismo primitivo”. Pero miremos que otras capas sociales intervienen en esta relación campo ciudad:

“las capas guerreras”, como las llama Weber, no son otra cosa que el conjunto de caballeros, mercenarios, etc. Que, si bien están ligados de una forma bastante estrecha con la nobleza y, en general, con las clases privilegiadas, no presenta otro tipo de religiosidad que la mágica que lo protege “contra malos espíritus y ritos ceremoniales”. En el guerrero no existe otra ligazón con la religión adoptada en la sociedad, es decir, con el Clero, por papeles que no le competan más allá de su propio bienestar económico[2]. No obstante, cuando las capas dominantes, para beneficio de la seguridad y la soberanía (que se da principalmente en la formación del Estado Nacional europeo), crean un ejército permanente, es éste quien genera una convicción fuerte con la religiosidad ética vigente; por otra parte, queda muy claro que “lo que caracteriza a la burocracia es un profundo desprecio por toda religiosidad irracional unido a la idea de que puede ser utilizada como medio de domesticación” así de la misma clase guerrera como de la totalidad del pueblo. Surge pues, de esta forma, la actitud de apropiación del carácter mágico de las masas por parte de la religiosidad racional como fuente para hacer extensiva tal religiosidad racional urbana a la esfera del campo.

Veamos ahora como se vincula la pequeña burguesía al proceso de racionalización de la religión:

Los artesanos funcional, en principio, de la misma forma tabuista de la comunidad vecinal campesina (existe un saber que se toma como carisma del individuo y solo puede transmitirse de forma hereditaria excluyente o “paria”). Sin embargo, el paso del campo a la ciudad del pequeño artesanado lo enfrenta con una constante racionalización del trabajo que extravía su núcleo cerrado de clase. Es pues como la congregación religiosa cooperativa apropia su identidad y lo envuelve en un nuevo ámbito religioso: “solo donde surgió una religiosidad congregacional, sobre todo si fue de carácter ético-racional, pudo ganarse fácilmente adeptos en círculos de pequeños burgueses urbanos, e influir de manera duradera en el modo de vida de esas gentes…”.

En este orden de ideas, la paulatina proletarización de estas capas pequeño-burguesas, separa la sociedad en dos partes a saber: de un extremo, 1) las clases “negativamente privilegiadas”, en donde el arraigo de una doctrina religiosa de salvación es tanto más fuerte cuanto ésta explique de forma más coherente el problema de la Teodicea[3]. Ello, como ya se dijo, adaptándose a las formas de religiosidad y culto mágicas en las masas. Por otra parte, 2) en las “capas privilegiadas” de la sociedad, la religiosidad ética presenta varios matices: son posibles casos en que el vínculo de las clases altas con la religión se hace fuerte en tanto procuran legitimar su posición como beneficio del dios (siempre y cuando sus “buenas obras” se hagan extensivas a los negativamente privilegiados); pero es mas posible el caso en que la estrecha relación con el, ámbito político y económico generen un escepticismo fuerte ante la religiosidad o un racionalismo que procure una religiosidad “menos mágica”. Así entrará en juego el papel de la intelectualidad en clases –usualmente- privilegiadas: la necesidad de brindar una explicación no a su condición material sino, por el contrario, a sus necesidades espirituales[4].

Vemos también, con lo ya expresado, que dentro de una misma congregación religiosa surgen distanciamientos entre estamentos de la misma. Así, cuando una religiosidad surgida de capas intelectuales se hace extensiva a las masas, cabe la posibilidad de que el núcleo intelectual, de acuerdo con sus necesidades (“indigencia interior”), formen círculos cerrados que no son indiferentes a su religiosidad o que, simplemente, la toman en su contenido filosófico[5].

Empero, a pesar de que muchas de las religiones éticas hubiesen surgido de capas intelectuales, no se ha podido establecer una religión como propia de la intelectualidad por múltiples factores como la aversión por parte de ésta clase al estamento clerical, por un lado; como por la necesidad de la misma domesticación de las masas a partir de religiones ya establecidas, e/o. [ver Pág. 411]



[1] Lo anterior no quiere decir que el sector campesino, en su constante relación con la urbe, no caiga bajo la intervención de la religiosidad allí presente –ejemplo evidente a lo largo de la Edad Media-, sino que, como dice Weber, sus convicciones mágicas, en contraste con la religión establecida, “permanece en el terreno de un riguroso formalismo… frente al dios y al sacerdote.

[2] Para esto véase la manera en que las guerras santas vinculan al guerrero ofreciéndole un porcentaje en las riquezas que obtenga en la conquista de tierras “infieles”. (v.gr. Las Cruzadas.). además, cabe aclarar que en tiempos de conmoción y guerra son precisamente las féminas quienes asumen el control religioso.

[3] Aquí juega un papel importante el problema del resentimiento nietzscheano que justifica la fuerte rivalidad y desprecio de las clases privilegiadas como esperanza de una posible retribución futura por parte del dios.

[4] Fue necesariamente el sacerdocio y en general el Clero quien debió intelectualizarse so pena de perder legitimidad como promulgadores doctrinarios. Aclaramos con Weber que a excepción de pocas religiones como el cristianismo primitivo, gran parte de las doctrinas religiosas éticas surgieron de capas intelectuales de la sociedad.

[5] Para este punto Weber destaca una característica fundamental del cristianismo a saber: que aunque hubiese recogido elementos metódicos y esquemáticos de otras religiones, se opuso sobremanera al intelectualismo. Imponiéndose así como la típica religiosidad ética de masas.

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