viernes, 19 de diciembre de 2008

EL PROBLEMA DE LA EDUCACIÓN EN FALS BORDA II. (Transición al Siglo XX)

La educación como institución se define como aquél conjunto organizado de normas, valores y modos de conducta destinados a preservar y a transmitir el conocimiento técnico o especializado dentro de una sociedad” (Fals Borda, 1961).

Para la época en que Orlando Fals Borda escribe la frase arriba citada dentro del libro que aquí analizamos, era bastante claro el marco de referencia estructural-funcionalista heredado de las escuela norteamericana en que se formó, y que deja sentado de entrada para desarrollar su estudio. No obstante, anota que tiene como objetivo comprender algunas situaciones estructurales en Colombia con base en la interiorización de ciertos valores en la población a través del sistema educativo (p.3). Destacamos pues, en este punto el marco teórico claramente Parsonsiano que aborda este autor, aunque sin negar la clara pertinencia del enfoque dentro del objeto de su investigación[1].

Como es anotado por este autor, no solo en el presente libro sino esbozado en algunas otras obras como Campesinos de los andes, el problema de la instrucción tanto técnica como académica de la población, es un elemento fundamental para el desarrollo económico y cultural del País y es éste uno de los motores principales para que su devenir histórico en Colombia haya obedecido a las fuertes tensiones entre concepciones ideológicas divergentes que van desde las anotadas en otro momento (la moralidad católica tradicional con su “sistema de castas” y la secularización técnica de la educación), hasta verse permeada por elementos político-estructurales como la llamada “educación democrática” del siglo XIX y el “Nacionalismo Popular” del siglo XX. Ambos, argumentos y programas políticos completamente radicales del Partido liberal y el Partido conservador, respectivamente. Para Fals Borda, debemos decir de entrada[2], educación y política están (o deben estar) alternadas. De ahí su preocupación por proponer para las instancias superiores una educación que se transmutara de las aulas. Una educación a partir de proyectos desarrollados en el contexto social, en el mundo. Lejos del pupitre, y el letargo de las teorizaciones. Afrontando lo problemas en el campo de sus orígenes[3].

Desde mediados del siglo XIX, época en que se pretendió sentar las bases para un sistema educativo sólido en Colombia, el Estado mostró incapacidad para coordinar las labores pertinentes a tal cometido. No obstante el problema parecía resuelto de antemano. La única institución que contaba con el personal instruido, además de la voluntad para realizar el trabajo (La Iglesia Católica), bajo los parámetros del concordato, optó por asumir el papel de “institución educativa” que, entre otras cosas, ya realizaba, de alguna forma[4], desde la época de la colonia. Fueron pues, los monjes Jesuitas y los curas Salesianos quienes organizaron las primeras campañas de alfabetización, así como los primeros institutos técnicos[5]; hecho éste que marcaría el camino a seguir en el proceso de desarrollo de la moralidad en la población colombiana del siglo XX.

Ahora bien, si consideramos La Familia como “célula base” de la sociedad civil, y de una sociedad civil que era en lo fundamental rural[6], advertiremos que el hecho de dejar su educación en manos de la Iglesia acarrearía algunos problemas de orden político si pretendiese encaminar la política por el ámbito racional laico; que fue, de hecho, lo que sucedió con la reforma constitucional de 1936.

Algunas de las alternancias anotadas más arriba son muy claras: la Escuela de Minas e Ingeniería Militar y el Instituto de Ciencias Naturales, por ejemplo, los cuales fueron fundados para la década de 1840, son el fruto del contacto directo de los Neogranadinos de orientación liberal con la Revolución industrial fundamentalmente inglesa y los adelantos científicos de Europa en general. Allí se formaba a los individuos previendo la necesidad de dominar lo hostil del territorio en pos de la explotación de la gran variedad de recursos que, entre otros, Mutis había identificado décadas atrás. Estas instituciones tomarían mayor fuerza posterior a la constitución del 86, en donde la unificación política de las diferentes regiones, hacía necesario la construcción de vías, el intercambio de recursos… todo ello para fomentar el desarrollo del mercado interno que colocara al País en la lógica del sistema de producción capitalista y, por ende, en contacto con el mercado mundial. A la par con esto, el afán del partido conservador por mantener dentro de sus prioridades el carácter de la propiedad privada como aspecto fehaciente del individualismo liberal del siglo XVIII[7] e inexpugnable por la legislación, se vio reflejado en plenitud dentro de la constitución de 1886, e incluso en la reforma de 1910. Ésta es una de las tesis que rebate la reforma constitucional de 1936[8].

Aunque este tipo de instrucción arriba anotado todavía estaba dirigida a una pequeña población –anota Fals-, algunos presidentes como Herrán y Mosquera se preocupaban por “importar” instructores técnicos europeos que fortalecieran “el ideal de lo práctico”[9] frente a lo ideológico. Diferente a la perspectiva conservadora, el Partido Liberal gestó en Colombia los primeros pasos del “Estado interventor” como garante de las libertades individuales así como el compromiso social de la propiedad privada[10]. Empero, las ventajas o contravenciones de un cambio en la estructura política de un País solo cobra fuerza y vigencia en tanto la población apropia, sobre la base del entendimiento, la legitimidad de una ley fundamental. Bajo estas condiciones, y a través de los años, el desarrollo del País, el conocimiento de sí mismo y la necesidad de relación con el resto del mundo, han llevado a que surja la necesidad de implementar el estudio (local) de nuevas disciplinas: durante la época de la República, las ciencias físicas (habida cuenta del fuerte peso que hubo que alivianar por la herencia humanística española); posteriormente, la Ingeniería civil y/o la Agronomía, para facilitar el control sobre el territorio y la explotación de los recursos. Un ejemplo más contemporáneo lo coloca Fals Borda durante el siglo XX con el surgimiento, en Colombia, de disciplinas como la Sociología y la Economía, que habrían de responder al desarrollo y modernización de la sociedad[11]. Empero, un problema que destaca Fals Borda aquí tiene que ver con el estancamiento de algunas disciplinas científicas en el País y la tensión que se establece entre éstas y los avances mundiales que empiezan a dejarlas relegadas (Nuevas escuelas médicas, Zootecnia, Economía, etc.[12], lo que supone un lapsus en su implementación nacional y, por tanto, un bache cada vez más amplio entre los desarrollos mundiales y locales.

Dice Fals Borda, remitiéndose al cambio de mentalidad en la población y su interés hacia la educación: “Desafortunadamente, a tales cambios en las metas culturales no han seguido los ajustes respectivos en los canales institucionales, lo cual puede ser una de las principales causas de la agitación e insatisfacción nacionales” (p.23); en otras palabras, esa falta de interés político por el desarrollo del sistema educativo, se veía reflejado en la falta de escuelas, de maestros, de oportunidades educativas, “provenientes –según el autor- de la mala distribución de la riqueza”, y de lo que significaba la distribución del presupuesto nacional para sustentar las necesidades de la guerra[13]: A 1958 el 61% de las escuelas –según datos del autor- las escuelas ofrecían solo uno o dos años de educación primaria, que se podían reducir por las alternancias (unos días estudiaban niños, otros niñas) y la mayoría de ellas eran campesinas. Es claro, pues, que las guerras han usurpado los recursos de la educación (lo siguen haciendo aun) y, para esos momentos, dejaban libre el camino a la educación moral extendida por la Iglesia.

Para concluir no restaría más que citar unas palabras del autor propiamente dicho que, a pesar de haber sido pronunciadas a mediados del siglo anterior, tienen toda la vigencia que es pertinente a efectos del trabajo presente:

“…La educación popular y democrática como meta está aun lejos, a pesar de los esfuerzos hechos periódicamente por alcanzarla. El peso de la tradición, la naturaleza de la estructura de clase, la interferencia de intereses creados, han dilatado la acción necesaria […] Ese analfabetismo, más el pobre contenido de lo que se enseña y la falta de un sentido ético en la educación, se encuentran en el fondo del fenómeno de la ‘violencia’ y de la agitación rural” (p.30). Tal vez hoy, también, de la agitación urbana.



[1] Fals Borda se verá remitido, en otros de sus análisis, a teorías como la marxista para estudiar elementos como la “formación económico-social” por ejemplo, que es propio de su estudio Historia doble de la costa.

[2] Pero, a su vez, como conclusión de la primera entrega de este trabajo y como hilo conductor del presente.

[3] Esta es, tal vez, una de las bases de su propuesta investigativa de la IAP. Que rastreamos en este estudio, pero que además fue expuesta de manera explícita durante la celebración de los 10 años del Departamento de Sociología y Antropología, en su homenaje a Fals Borda.

[4] Se puede evidenciar en el pensamiento político de Laureano Gómez una visión muy sólida de los elementos que le brida estabilidad a cualquier comunidad política, el carácter ético así como la tradición.

En él es claro que los “valores supremos de la vida civil” (libertad y dignidad) pueden ser impregnados en la esfera social a través de un órgano aglutinador como la religiosidad católica que, como –a decir verdad- ya formaba parte en el arraigo de las convicciones nacionalistas de la población. Era pues un absurdo, para Laureano Gómez, que las ideas del liberalismo pretendieran, desde la legislación, extinguir el “ideario conservador” (católico) que se había gestado desde el nacimiento de la república.

[5] Véase, Manual de Historia de Colombia (tomo III).

[6] Para estudiar temas como el de la ruralidad del territorio colombiano durante las primeras décadas del siglo XX y, con ello, los bajos índices de industrialización y el analfabetismo de la población, véanse los análisis demográficos realizados por José Olinto Rueda Plata y el texto de Luis Ospina Vásquez, Industria y Protección.

[7] Aspecto curioso parece ser el hecho de que el “liberalismo clásico”, con todo el arraigo de las prácticas capitalistas, se hubiera convertido en aspecto conservador de la política colombiana.

[8] Para una ampliación de este punto véanse los discursos del maestro Darío Echandía sobre la reforma constitucionales de 1936.

[9] Frank Safford, en su libro El Ideal de lo Practico, analiza y describe las intenciones, las principales acciones y los logros de los líderes políticos que trataron de establecer la educación científica y técnica en Colombia en el siglo XIX.

[10] Cabe aclarar que uno de los puntos que justificó la reforma constitucional del ’36 sentó sus bases en políticas para hacer frente a la reciente depresión económica mundial a partir de la obra Keynesiana.

[11] Aunque cabría hacer la precisión que la primera cátedra de Sociología la impartió Salvador Camacho Roldán hacia 1882. No obstante fue el mismo Orlando Fals Borda quién se encargo de implementar la primera facultad de Sociología en Colombia (y, tal vez, en Latinoamérica).

[12] El viejo dilema de la Química y la Alquimia, de Melquiades en Cien años de soledad y del Doctor Juvenal Urbino en El amor en los tiempos dl cólera. Dos novelas que reflejan fielmente estas situaciones de cambios científicos en los imaginarios culturales nacionales.

[13] Nótese la similitud con el presente de la educación en Colombia y la denominada “Política de seguridad democrática”.

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